miércoles, 6 de junio de 2012

Vientos de conquista (sábado 18 sept 2010)


Hernán Cortés detuvo su caballo sorprendido. El pueblo Inca salía a su encuentro con danzas y fogatas. Sus mujeres con sus mejores ropas, sus guerreros vestidos para la batalla con sus armas. Los sacerdotes con sus collares, máscaras y utensillos de oro a sus pies. En la danza sobresalía un canto. "Conquistame, conquistame, pero luego no nos dejes...".
--¿Se están entegando, señor? --preguntó su ladero.
--No --respondió Cortés--.


El Cid llegó hasta Valencia decidido a sitiarla cuando la ciudad salió de sus pertrechos y muros en una procesión espectacular, todos vestidos de gala, de honores y pompa. Los soberanos traían en sus carros sus más importantes tesoros, pinturas y monedas acuñadas en oro y plata. A coro, los guerreros montados con sus espadas y escudos acompañados de las más bonitas mujeres gritaban "Toma nuestra ciudad, toma nuestro pueblo, pero luego no te escapes...".
--¿Comandante, se entrega la fortaleza?
--No --contestó el Cid con la mirada dura y su rostro tenso.


Ella tenía un vestido negro ceñido a su cuerpo y rodeado de un cinturón grueso con botónes plateados. La música estaba fuerte y todos bailaban desinhibidos. Ella lo miró, y él empezó a acercarse hacia ella. Ella dejó su baile y fue derecho a su encuentro. Él se detuvo; algo estaba fuera del plan. Ella llegó. Él sonrió pero se quedó a una distancia. Ella dio media vuelta mirándolo, y se puso a bailar con otro que todavía no podía creer la buena suerte que estaba teniendo, y lo miraba de costado, pero con toda la cara. Él estaba estático, un poco aturdido. Y ella cantó a coro la canción que todos bailaban "...Si quieres mi cariño te lo doy, si quieres todos los días ver mi cara, me tienes que jurar que tu te mueras, que luego no te llevarás mi tanga...".
--¡Se te entregó, hijo de puta! --le dijo el amigo que estaba al lado.
--No --respondió él--.


Todo lo que un hombre tiene, antes tuvo que conquistarlo.
Sino, no es suyo.




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