Estoy con mi esposa sentado en la plaza. Me encanta cuando nos
sentamos en la plaza a ver a nuestros hijos jugar. Le tomo la mano y ella me
mira con una sonrisa y me la aprieta. El sol está por todos lados pero no hace
calor. Es una tarde increíble, como las que suelo tener con ella y los chicos.
Cecilia, mi esposa, me comenta lo grande que están y yo la miro encantado.
Cuando vuelvo mi vista para verlos otra vez correr muertos de risa, al costado,
pero bien al costado, entre unos árboles en sombra, la veo a Laura.