sábado, 30 de junio de 2012

Un inmenso mundo de papel

--¡Vení, Patricia, corré!
--¡Pará! ¡Sí, estoy corriendo, pero ¿a dónde vamos?
--Dale, vení, Patricia, te va a encantar...

Llegaron hasta el frente gris de un viejo edificio. Viejo pero alto, los dos se detuvieron unos pasos antes de la entrada y miraron ara arriba.
--¡Qué alto que es este edificio! No lo conocía...
Marcos bajó la cabeza y la miró así, con los ojos buscando lo alto, las pestañas largas, la boca seria.
--Dame la mano, no nos tienen que ver entrar.
Abrieron una hoja de la doble puerta de madera que parecía ser un acceso de servicio.
--Marcos -dijo Patricia en voz baja-, no lo conocía, y pasé muchas veces por acá...
--Patricia, vení por acá.

Una lúgubre escalera caracol de pedadas de carrara gastado, balaustrada de hierro forjado y pasamanos de madera desfigurado por el roce de miles de manos apareció al doblar por un pasillo angosto y descubierto desde la luz débil de una banderola mal censurada por su persiana. Las pisadas de ambos por la escalera eran chistidos apresurados que cepillaban el silencio húmedo de ese raro pasillo ascendente. El olor de la humedad era tan fuerte que parecía atravesar la ropa y eliminar todos los aromas anteriores. Un piso, dos pisos, tres pisos...

--Vení, por acá.

Un pasillo de cerámicos claros y opacos los llevó hasta un pequeño ascensor de puerta de tijera. Entraron y al apretar el botón el motor del ascensor pareció despertar de un letargo comenzando a quebrar el óxido con sus poleas de lonja y quemando el aceite soldado en cada una de las partes que chillaban histriónicamente intentando recuperar la fuerza de tiempo atrás. Cada piso que superaban estaba a oscuras. Era una suerte de palomar humano, una cárcel a la que olvidaron cerrar con llave y de donde todos habían escapado. Los pisos seguían pasando, sin número, sin ventanas, solo con la parte de un pasillo palier espolvoreado por décadas de hollín y hongos.

--¿Cuántos pisos son, Marcos?
--Qué se yo...
--¿Pero qué piso tocaste?

El tablero del ascensor tenía solo cinco botones negros y deformados por el uso. Ya habían pasado mucho más pisos que eso. El ascensor se detuvo. Marcos abrió la puerta y la salida del ascensor se sintió como bajar de un bote al muelle, el sonido de las tablas del piso, el movimiento del ascensor acercándose más y alejándose un poco de la puerta de salida, y las pisadas sobre la solidez de la losa del palier.

--¿Me contás a dónde vamos, Marcos?
--Vos me decías que acá había mucho sexo.
--¿Acá? Yo me refería a tu blog.
--Vení, dame la mano que esta escalera es más angosta.
--Marcos, yo me refería a tu blog...

Las pedadas de chapa empezaron a sonar como golpes en un tanque vacío y la pendiente pronunciada le hizo a Patricia soltarle la mano y tomarlo desde el borde trasero del cinturón. El eco de las pisadas parecían campanadas sordas.
--Esto se parece al faro de Colonia, Marcos, ¿a dónde...?
Pero Marcos no parecía escuchar nada. La luz iba creciendo y en una de las vueltas amaneció una ventana chiquita que contenía un cielo intensamente turquesa. Enseguida apareció una puerta de metal. Marcos agarró el picaporte y, antes de abrir miró a Patricia.
--Vos decías que acá había mucho sexo, pero yo te voy a mostrar lo que hay acá.
--Marcos, yo me refería a tu blog, no sé que...

Pero la mano de Marcos bajó el picaporte, "guarda" dijo al pasar y empujó. Una avalancha de viento casi lo tira para atrás y Patricia sintió una cascada de aire que le baldeaba sin detenerse todo el cuerpo. La mano de Marcos la tiró hacia arriba donde el sonido violento de una brutal ventolera parecía estar ocupada en algo desde hacía tiempo. Uno, dos, tres, umbral y por fin pisó la terraza terracota. Era un playón muy amplio recortado por un murete blanco a la cal y aplastado por un cielo inmenso y turquesa. Era como estar en la cumbre de una montaña, solo cielo, solo el murete, solo los cerámicos terracota, lo demás, los aromas, los sonidos, todo se lo llevaba el viento.

--Por acá -gritó Marcos y, caminando con esfuerzo contra el vendaval dobló por la esquina de la pared de la puerta por donde habían llegado. Patricia iba atajándose con la mano la cara de los golpes de las corrientes de aire que iban y venían desbocadas por toda la terraza. Por eso tardó en ver cuando Marcos le dijo que mire. Su mano intentaba neutralizar literales trompadas del viento cuando reparó en unos sonidos extraños, sonidos potentes que no alcanzaba a deducir de qué eran.
--¡Mirá, Patricia!
Los gritos eran apenas quejidos lejanos, pero Patricia corrió su mano y los sonidos se hicieron uno con aquella imagen. Sobre una terraza que era aún más grande de ese lado, decenas de cuerdas atadas al piso subían a un techado enorme de varias lonas blancas y travesaños que flotaban a quince o veinte metros de altura mostrando en sus chicotazos y sus sonidos opacos la poderosa tensión que soportaban. Parecía una importante obra de ingeniería hecha con lonas, tablas y cuerdas. Entre las sábanas inmensas había una caja de madera que también estaba sujeta con cuerdas, pero que bailaba con mucha más libertad y menos seguridad que la cubierta de género.
--¿Qué... qué es eso...?
--¿Qué?? -gritó Marcos.
--¿Qué qué es esto? -gritó Patricia.
--¿Cómo??
Patricia se acercó.
--¿Qué es esto, Marcos??
--¡Esto, Patricia... -las pausas eran obligadas-, es lo que hay en mi blog!
--¡No entiendo!
--¿Qué??
--¡Nada! -gritó cansada de hablar Patricia, y se quedó mirando ese techado que flotaba a veinte metros de altura amarrado a la terraza. Cuando miró la caja que se bamboleaba empezó a reconocer algunas partes.
--¿Esa caja que está...?
--¿Qué??
--¿Que esa caja que est...?
--¡Vení! -la interrumpió Marcos.

Marcos se acercó hasta un montón de cuerdas que sostenían la caja y empezó a desenredarlas hasta que separó dos cuerdas que tenían escalones hechos de la misma soga, y al tiempo que tomaba ambas sogas la escalera fue desenvolviéndose hacia arriba hasta llegar a... al ¿bote?
--¿Eso es un bote??
Marcos asintió con la cabeza. "¡Vamos! ¿Subís primero??"
--¡No subo ni en pedo!
El bote estaba a quince metros de altura, bamboleándose a pesar de las ataduras.
--¡Patricia...! -pero Marcos calló y bajó la cabeza. La conversación en ese ventarrón era agotadora-. ¡Patricia, tenés que venir! ¡La puerta de la terraza solo se abre de adentro, de este lado no hay manija!
--¡No subo ni en pedo!
--¡Te conviene subir primero! ¡Vas a subir de todos modos, no hay otra manera de salir de acá! ¡Dale que sino subo yo! ¡Si esperamos mucho el viento nos va a cansar y va a ser más difícil subir!
--¡Forro! ¡Hijo de puta!! -Patricia largaba en insultos el quiebre de su negativa por el terror al que nunca hubo querido elegir.

Los inslutos se incrementaron a medida que Patricia iba tomando las sogas de la escalera. "¡No mires para abajo, siempre mirá el bote!", gritó Marcos, y ella cuando sacó el último pie de la terraza calló su boca. Sintió que ya no tenía de dónde agarrarse, sintió que el piso estaba a kilómetros de ella, sintió que no lo iba a logar, que todo había salido mal. "¡Dale, subí!", le gritó Marcos al tiempo que le empujó la cola con la cabeza y Patricia subió una mano más, y la otra, y un pie, y el otro, y la escalera a medida que subía se tambaleaba más, mucho más de lo que se había imaginado que se podía tambalear la escalera, y sintió una ola de viento que le golpeó todo el cuerpo y la escalera giró con ella como una bolita de ruleta en círculos concéntricos a la escalera, y se agarró con todas sus fuerzas de esas sogas. "¡Dale, Patricia!", le gritaba Marcos, pero ella no podía ni abrir la boca para putearlo, estaba congelada, paralizada girando con las cuerdas mientras que las sogas se unían y los escalones se transformaban en inestables estribos. "¡Patricia, seguí!". Una mano, la otra, un pie, la escalera giraba con una velocidad importante, y el otro pie, y una mano, y el sonido del velamen empezó a aturdirla sacudiéndose grueso con el viento, y la otra mano, y un pie, y el bote ya empezaba a estar más cerca, los giros de la escalera eran menos amplios, y el otro pie, y una mano, y la otra, y el bote más cerca, y el pie, y empezó a identificar entre las vueltas la popa por donde debía trepar, y el otro pie, y la mano, y la otra y el pie, y el otro y estiró al fin la mano y tocó el bote, lo palpó, la escalera y el bote se hamacaban a quince metros de altura de la terraza y a quién sabe cuánto del suelo real, de la realidad de la calle, y un pie, y el otro, y las manos tomaron un borde de metal, y un pie, y tomó con ambas manos el borde, otro pie y otro y tiró con sus manos y su cuerpo se levantó y cayó sobre la cubierta del bote. Ahí se quedó sintiendo el vaivén de la nave hasta que al rato las manos de Marcos aparecieron agarrando el borde y luego apareció entero haciendo la misma pirueta que ella.

El bote era bastante más grande de lo que parecía desde abajo, y había algunos bultos y rollos de cuerdas, y cosas sueltas por ahí. El viento casi no soplaba por adentro del casco. Marcos se puso de pie a pesar del bamboleo y empezó a caminar agarrándose por momentos del borde. Abría los bultos e iba sacando cosas mientras Patricia seguía sentada, y sacó primero unos papeles que puso en una carpeta, sacó una tijera de podar, una botella de vino, dos vasos gruesos de vidrio, unas tablas de otro paquete, herramientas, otras cosas más hasta que se volvió a poner de pie.

--¿Lista para zarpar, Patricia?
--¿Zarpar?
El velamen se sacudía violentamente y las cuerdas crujían cada vez que se estiraban. Marcos tomó la tijera de podar.
--Sí, Patricia, nos vamos.
--¿Qué vas a hacer...?
Pero Marcos sin responder se acercó al borde del bote con la tijera y calzó sus hojas sobre una de las cuerdas que los sujetaban a la terraza.

"¡No!", gritó Patricia, pero un tijeretazo sonó y el bote se sacudió violentamente hacia el lado opuesto al que estaba parado Marcos volteándolo al piso. Se puso de pie e hizo lo mismo del otro lado y el bote empezó a balancearse de un lado hacia el otro. A Patricia se le ocurrió pensar cómo iba a desatar las cuerdas que sujetaban las velas en los extremos, que estaban al menos a treinta metros del bote. ¡Zac! Otra cuerda y el bote empezó a girar de una manera descontrolada, Marcos se arrastraba para llegar al otro extremo, se colocó al borde como pudo y cortó otra cuerda, y el bote dejó de balancearse con furia y comenzó a hamacarse amplia y suavemente como un juego en un parque de diversiones. Se acercó al centro del bote donde un conjunto grueso de cuerdas se trepaban por una suerte de mástil y se repartían por las velas. Se tomó un rato para mirarlas hasta que eligió una, otra, dos más, las siguió con sus manos hasta abajo donde todas las cuerdas se anudaban en una sola. Puso la tijera sobre ella, volvió su cabeza a Patricia con una sonrisa amplia, y cortó el nudo.

Las cuerdas comenzaron a moverse, algunas corrían hacia arriba y otras para abajo entrando por agujeros al mástil hueco, las velas rápidamente se soltaron y empezaron a ponerse algunas de manera vertical, otras se tensaban horizontales y algunas de manera oblicua. Todas trabajaron de manera simultánea y Patricia empezó a tener la misma sensación que se tiene cuando un avión despega y deja de tocar la tierra. El bote empezó a elevarse con mucha fuerza mientras que las velas se acomodaban lentas e inmensas. El cielo se puso más claro, el viento dejó de estar enojado y las velas se hincharon en sus posiciones. El bote ya no se hamacó más, era como un canasto tirado por un globo, las velas dispuestas en cualquier dirección, todas hinchadas, navegaban serena por ese cielo azul. Marcos sacó de uno de los bultos un destapador, abrió el vino y sirvió los dos vasos.

--Salud, Patricia.
Patricia ya no sentía miedo. Tomó el vaso mirándolo a Marcos. Se paró y se arrimó al borde del bote. Un piso de nubes no dejaba ver con claridad el suelo.
--¿Cuando pasamos las nubes?
--No sé, en el ascensor me parece. ¡Salud, Patricia!
Patricia lo miró con sus pestañas de palmera, se acercó y levantó la copa. "Salud, Marcos". Y besaron sus vasos.

La noche los esperaba en un horizonte dibujado y las estrellas les hicieron un lugar. Amanecieron con el alboroto de las gaviotas.

--¡Marcos, nos dormimos! ¿Dónde estamos?
--Estamos llegando, Patricia.
--Pero, vos también te dormiste, ¿cómo sabés que estamos llegando?
--Sé que estamos llegando porque soy el capitán desde antes de que nos subamos al bote, Patricia. Soy el corsario antes de atracar en otras naves, soy el marinero que prepara el velamen, y el grumete que limpió la terraza donde tenía amarrado el bote. Estamos llegando.

Por el borde del bote empezaron a aparecer paisajes lejanos, contornos de montañas celestes, luego copas de árboles, luego bosques tupidos, las mesanas, las cangrejas, los velachos y todas las velas comenzaron a deshincharse, la arboladura se aflojó y el bote acusó un golpe en el casco, y luego otro más leve y luego se sintió el arrastre de la nave por la arena hasta que, al tiempo que las velas terminaban de cerrarse, se detuvo. Marcos bajó de un salto y desde afuera ayudó a bajar a Patricia. El bote estaba encallado a la orilla del mar, con la proa mirando el agua. La sal llegaba en oleadas de aire.

--Ahora el bote este empieza a tener más que ver, ¿no?
--Sí, Patricia. Ahora está donde tiene que estar.

El sonido del mar los relajó y empezaron a caminar por la playa con la esperanza de que se les pase el temblor de las piernas. Amanecía todavía. Patricia de pronto se detuvo y lo miró.

--Marcos, y ¿cómo vamos a volver?
--Después, Patricia. ¡Mirá lo que es esto!
--Marcos, pará, decime cómo vamos a volver. No puedo disfrutar nada si no sé cómo voy a volver.
--Patricia, después lo vemos. Mirá este lug...
--¡Marcos!

Y Marcos la tomó de la mano y empezó a correr, Patricia titubeó y empezó a correr. Salieron de la arena y siguieron por un sendero de tierra entre grandes matas de pasto. Corrían y corrían hasta que entre curvas y lomadas apareció un bosque tupido y espeso, muy grande.

--¡Vení, Patricia, corré!
--¡Pará! ¡Sí, estoy corriendo, pero ¿a dónde vamos?
--Dale, vení, Patricia. Te va a encantar...






7 comentarios:

  1. "El inmenso mundo de papel"... Y que aroma tan bello tiene ese mundo!
    Una tierna manera de empezar el día.
    Pude percibirlo todo... Los aromas de la madera, el vaivén de las emociones, el viento atravesar cada poro. Me elevaste el pensamiento, fuiste haciéndolo de a poco y cuando estuvo en la plenitud de la cima, me soltaste la mano y comencé a volar...
    Al final me encuentro con una de mis debilidades

    -Adonde vamos???

    "A la clara fuente,
    Yéndome a pasear
    Encontré el agua tan bella
    Que me fui a bañar.

    Hace mucho tiempo que te quiero
    Nunca te olvidaré..."

    Totalmente elevada... Gracias!
    Un abrazo Marcos!

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    1. Gracias, Rosy! Esa canción la saqué de tu blog, Rosy, no conocía la versión francesa.

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    2. Eso no me gusta mucho, "Me Encanta Mucho" y vos sos muy tierno...
      Muy bien, entonces nos quedamos aquí haciéndote compañía con "A la Clara Fuente y Los Pequeños Gatitos"
      Un Beso.

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  2. Hola Marcos! No sabía que tenías esta página, lo acabo de descubrir. Si me lo permites navegaré por acá. Un beso Marcos. ¿Ya te dije que ha sido un placer conocerte?

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    1. Me alegra mucho encontrarte por acá, Lore! Espero que te guste.

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