sábado, 16 de junio de 2012

El custodio legendario

Cada noche que me apoyo en la baranda de mi ventana, mi vecino saca su cabezota entre los barrotes negros de su celda y me mira. Ya nos conocemos. Yo soy el que aparece cada tanto por uno de los dos agujeros más altos de la pared, y él el perrote negro que vive en un planeta B-612 de ocho por cuatro de enfrente de casa.

Nuestro vecino, el tren, es su mejor amigo. Su llegada lo desespera, corre en círculos por todo su territorio apenas escucha su gruñir, y cuando la máquina pita su trágico grito él se para sobre la esquina de la terraza y lo observa pasar como si fuese el custodio legendario de revisar que todos los trenes del mundo pasen por la abertura natural de los dos arbolitos que nos dejan mirar la vía.

Nunca se lo dije, bah, en realidad nunca le dije nada, vive a quince metros mío, pero sé que él no sabe que el tren no lo conoce. Ninguno de los seis vagones que el perrote negro revisa todos los días lo ha visto jamás. Nunca se va a cumplir el sueño de ese gigante de pelos largos de que el tren un día se descarrile prolijamente, se monte sobre el terreno lindero a las vías, desplome la medianera y trepe hasta su mangrullo urbano para sacudirle el lomo.

Ahora me mira fumar. Nos conocemos bien, él sabe en las cosas que pienso cuando corro el paño de vidrio y me desinflo en bocanadas grises, y me mira comprensible, atento, condescendiente. Y también sabe que yo lo compadezco, que yo lo acompaño en la soledad de ser un rey sin súbditos, un patrón sin empleados, un enamorado no correspondido. Y se vuelven a escuchar los vasos lejanos al galope en el terraplén, y mi vecino se dispara en círculos por su continente, y la trocha tiembla la llegada del regimiento, y el custodio para en seco, observa atento y se larga a la carrera de su esquina. Su adorado grita su canto potente y varonil que ahoga toda queja a su paso, y él espera. Espera erguido, ya indiferente absoluto de mi presencia, tenso, útil a su empresa. Y revientan los patios con la tropilla de lata mientras su montura colorida cruza rayando el abra vegetal, y yo siento en el pecho su trueno, y a mi vecino le peinan sus flequillos, y el tren que pasa, y pasa, y otra vez lo vuelve a ignorar.





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