sábado, 2 de junio de 2012

El viaje

Se llenan las miradas de sus deseos. No saben lo que buscan, pero saben lo que sienten. Se miran y se miran, y sienten la ebullición de sus cuerpos. Él la ve poderosamente atractiva con su vestido corto y su cadera redondeada resaltada por lo grotesco de una cintura tan chiquita, y ella lo ve masculino, lo ve como el toro que la quiere atravesar detrás del cerco que lo contiene.


El colectivo frena y ella se balancea hacia adelante y luego hacia atrás, y su falda flamea levemente, mostrando lo ligero de su género. Él, sentado, lleva sus manos a las rodillas y adelanta unos centímetros su torso, lo suficiente como para despegarse del respaldo. El colectivo arranca y vuelve la cadera a hacer su bamboleo natural. Él está tenso, sus brazos son ramas de ceibo, sus ojos linternas láser que lo que tocan lo marcan. Ella mira por la ventana para poder juntar toda la energía de su calentura en un punto cerebral y enviársela a él, que la está sintiendo. El colectivo se va llenando, pero él se levanta y le da el asiento a cualquiera, aprovechando para acercarse a la mujer del vestido ceñido a la escultura de carne. Ella no mira, pero siente todo. Siente su avanzar, siente su mirada, siente su ardor. El colectivo vuelve a frenar, pero él, mal parado y sin agarrarse, vuela tres metros y pega con su cabeza en la tercer fila de asientos y queda seco, dormido como cuando lo anestesiaron para sacarle las amígdalas. Ella se asusta, él duerme. Ella intenta acercarse de entre la gente que lo asiste, él duerme. Ella mira para todos lados, ella pregunta, ella habla con la gente... A él se lo llevaron unos tipos a cualquier parte, y ella sintió que el vínculo no se había roto, que algo los unía, que no quería dejarlo ir. Y se fue. Él despertó en un Hospital de Ramos Mejía. Ella nunca despertó.

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