sábado, 2 de febrero de 2013

El error

Estoy con mi esposa sentado en la plaza. Me encanta cuando nos sentamos en la plaza a ver a nuestros hijos jugar. Le tomo la mano y ella me mira con una sonrisa y me la aprieta. El sol está por todos lados pero no hace calor. Es una tarde increíble, como las que suelo tener con ella y los chicos. Cecilia, mi esposa, me comenta lo grande que están y yo la miro encantado. Cuando vuelvo mi vista para verlos otra vez correr muertos de risa, al costado, pero bien al costado, entre unos árboles en sombra, la veo a Laura. 

Mi cuerpo se comprime, mi pecho es una piedra, ¡no puede ser! ¡Otra vez! Y casi enseguida entiendo que estoy soñando. Recuerdo, en el mismo sueño, que es una pesadilla frecuente, pero eso no me relaja en lo más mínimo. Laura tiene todo el áurea de una amenaza. Es lindísima, tiene un cuerpo perfecto, me mira y sonríe. Le aprieto más la mano a Cecilia y la miro con expresión desesperante, pero ella no lo advierte y me vuelve a sonreír. Claro, es un sueño. Ella no me mira, esto es algo mío, algo personal. Vuelvo a mirar hacia los árboles pero Laura no está.

Mi esposa le agradece al mozo y, mientras este se va, me sonríe. Estamos en un restaurante. La familiaridad de esa comida me serena, me siento en casa de nuevo. Todo está en orden y pronto olvido la amenaza de la plaza. Las velas le dan un tono a su piel tan atractivo, tan cómodo, que quiero acostarme ya mismo con ella en la cama. No sé si quiero que hagamos el amor, quiero mirarla. Evidentemente es un sueño porque la amo. La amo con locura. Desde que estamos juntos no he querido separarme mucho de su lado, y así en los viajes de trabajo me acompañaba, y en sus emprendimientos me quedaba con ella. Solo quería mirarla, aunque es raro eso. De alguna manera sé que una vez en esa cama me volvería una pantera desenfrenada, pero ahora solo quiero mirarla, y ella hace lo mismo. Mientras la observo me acuerdo que en algún momento me irritó un poco toda la bondad que tenía en su rostro. No sé en qué momento, es más, no alcanzo a entender qué podía llegar a irritarme de aquella carita, esa sonrisa que me llenaba de paz. 

Bajó la mirada para empezar a comer y vi por detrás a Laura. Estaba sentada en una mesa enorme llena de bandejas de plata, jarras de cristal, botellas costosas y sentí cansancio, sentí que la espalda me doblaba, mis brazos me pesaban y pensé en lo cómoda y fácil sería la vida a su lado. Y con ese pensamiento otra vez recordé que estaba soñando, y detecté la amenaza. ¡Por qué volvía a aparecer Laura en mi vida! ¿Era acaso un sueño premonitorio? ¿Me estaba por pasar algo en la vida real? ¿Perdería a Cecilia? Aterrado estiré mis manos y tomé las de mi esposa, que levantó su cara y me volvió a regalar su sonrisa pasiva y cálida.

Por un lado me dio paz, pero también me molestó notarla tan ajena, tan distanciada de la otra parte de mi sueño. Me molestó que no detectara que mi carácter había cambiado, que algo me perturbaba. Ella me pasó un mate apenas terminamos de dar la curva, íbamos por la ruta y ella me hablaba. Hablaba sin voz, en el momento no me di cuenta, creí que estaba sumergido en mis pensamientos. Ella hablaba de una casa, de una casa nuestra, ella hablaba de nuestra casa, de lo linda que había quedado con los arreglos que hicimos. A la casa le acabábamos de hacer unos arreglos que nos costaron un año de trabajo a los dos y habían quedado muy bien. Yo esta vez continuaba inquieto con las apariciones de Laura. Sabía que estaba en un sueño pero no podía despertar. O tal vez no era un sueño. Bueno, no sé, la verdad que era muy real, pero en el fondo sí sabía que estaba soñando, el problema es que esta vez sentía terror, no sé si en otras oportunidades también sentí terror. Bah, estoy seguro que no, Laura aparecía y para mí era un fastidio, pero ¿terror...? No lo creo. Mi esposa me dice que los chicos van a estar mejor en sus dormitorios nuevos.

Es que antes los dos dormían en un mismo dormitorio, y ahora agregamos uno para que pudieran tener más independencia. Fue algo que discutimos con mi esposa porque es cierto que el cuarto quedó demasiado cerca de la orilla, y en ocasiones el agua alcanzó el patio, pero de ahí a que entre a la casa y llegue a los cuartos de los chicos... No, era mucho. La única manera de que entrase el agua en los dormitorios sería haciendo un agujero en la pared lindera al río, y eso era absurdo. Una pared de ladrillo macizo de treinta centímetros de espesor lo aseguraban. No la convencí yo, lo hizo el constructor que no paraba de reírse de su temor. Los chicos estaban realmente bien y Cecilia me hablaba de eso en la ruta, y me cebaba otro mate. Buscando un trapo para limpiar agua derramada abrió la guantera y vi aparecer una bombacha con encaje bordó y negra de Laura. Solo yo podía saber que era de Laura, pero se me congeló la sangre, temí que eso destruyera todos los proyectos, todo lo que habíamos construido hasta ese momento... Pero ella encontró el trapo sin ver nunca la prenda y cerró la guantera. ¡No entendía por qué tenía miedo si yo no había estado nunca con Laura! No solo eso, yo no quería estar con Laura. No tenía ninguna gana de estar con ella. Era cierto que tenía un fuerte atractivo, que era muy linda, que su familia tenía una enorme fortuna, pero ni por un segundo dudaba de que yo quería estar ahí, en ese auto con Cecilia. Mientras usaba el trapo mi esposa me miró y me sonrió, y esta vez me gustó su sonrisa sin que me irrite. Me sentí cuidado. 

Cuando me devolvió el trapo en el colegio de los chicos sonreí tentado, hasta un poco aliviado. Típico de los sueños estar en un lugar y aparecer en otro. No recordaba si alguna vez le había contado a Cecilia este sueño recurrente. No recordaba alguna probable respuesta. Tal vez a la mañana lo olvidaría todo..., no..., no, ahora lo recordaba, se lo comentaba en la mesa del desayuno pero claro, sin la urgencia, sin la desesperación... y sin mencionar a Laura. Le decía que era otra mujer. Cecilia me sirve un café, estamos en la mesa del desayuno, el aroma de las tostadas y del café caliente me pintan una mañana perfecta, pero yo ya empiezo a adivinar cómo continúa el sueño.

Por la ventana, casi al pasar, la veo a Laura. No tiene camisa, bah, está desnuda de la cintura para arriba, pero la veo de espalda. Me encanta su espalda. Se mueve sabiendo que la estoy mirando y me excito, me caliento mucho. No sé, pero la miro a mi esposa y me sonríe, y me vuelve a parecer irritante su expresión. La miro a Laura y su piel refleja claro el sol de la mañana. Parece parte de las plantas del jardín. Sé que Cecilia está hablando pero Laura se toca el pantalón, creo que se lo va a sacar. Tengo ganas de sentirla, de rozar su piel. Cecilia me habla de cosas, ni sé de qué, pero Laura empieza a irse. Me doy cuenta de que se está yendo, de que no va a volver, y Cecilia mueve sus labios mudos, y Laura se aleja con su espalda bañada de sol, y Cecilia me mira y la veo con su bata celeste y gruesa, con su camisón hasta el cuello, con su sonrisa de madre, y Laura se va, y siento el tedio de quedarme ahí con Cecilia que me habla de los chicos, del colegio, empiezo a levantarme, y Cecilia no lo nota, siento que confía demasiado en mí como si yo fuese de piedra, y me irrita, y ya no la miro, y me pongo de pie, y Cecilia habla, y Laura se aleja, y camino hasta la puerta, el aroma de las tostadas se mezcla con el de la tierra de los maceteros recién regados, y Cecilia me dice que podemos ir con los chicos al centro, y avanzo hacia la puerta, Laura se va, Cecilia me dice, avanzo más, Laura se aleja, llego a la puerta, Cecilia agarra una tostada, Laura dobla en el camino y yo salgo. Salgo y corro hacia ella. Sé por algún motivo propio de los sueños que mi esposa no lo nota, ni se entera de que me fui corriendo detrás de Laura. Sé que ella confía en mí y me irrita que se relaje de esa manera. La estoy alcanzando a Laura, su espalda se ve cremosa, suave, es perfecta, me cuesta alcanzarla aunque la veo tan cerca, me cuesta, estoy más cerca, estiro la mano la tomo del hombro, la doy vuelta y Laura me mira con sus pechos desnudos, con toda su sensualidad, con sus ojos penetrantes, sus labios gruesos, su belleza inusual y siento una corriente helada correr por todo mi cuerpo, siento el peligro, la inminencia, la amenaza corporizarse, me arrepentí, ¡me arrepentí...!

--¡Gordo, despertate! --mi esposa me sacudía con fuerza-- ¡Otra vez estás con pesadillas!
Abrí los ojos y fue como sacar un tapón y llenar al máximo mis pulmones. Aún agitado busqué con mi mirada: la ventana, las cortinas flameando, el aroma del mar, el champagne, el smoking...
--Gordo, ¿estás bien? Perdoname que te desperté pero otra vez estabas con pesadillas. ¿Por qué no te hacés ver? Ya van para ocho años, creo, que tenés pesadillas…
--Ya se me van a pasar --le dije con amargura --, no te preocupes, Laura.



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