domingo, 20 de abril de 2014

Mi vaso en mis labios

Él dejó su vaso sobre la mesa. Yo todavía sostenía el mío en mis labios. Se levantó, manoteó lo que era el mango de una pistola hundido en la cintura de su pantalón descorrido ya el saco.
Lo pude ver lentamente aún con mi vaso apoyado en mis labios, su mano subía, el revólver con el caño hacia abajo salía vertical de su pantalón como un misil imparable y poderoso de su ojiva, mis labios en el vaso, el extremo hueco del caño nació como un segmento, como un óvalo finísimo negro que se fue redondeando a medida que ascendía frente a mis ojos, a medida que el caño se levantaba horizontal, el olor del whisky entró fuerte en mi nariz y mis ojos se activaron acuosos, el caño completó su negra luna llena, el conducto de la bala señalaba mi frente, su hueco parecía silbar suavemente por una brisa minúscula, señalaba mi frente, podía saberlo por lo cerca que estaba de mi cara, sabía que si él hacía una pausa, si pensaba, si dudaba un segundo, si se detenía un instante para calcular estaba perdido, sino perdía yo, mis labios en el vaso lo mordían sin dientes, mi espalda se hizo de piedra pesada e impenetrable, los músculos de mi cara se tensaron todos juntos a la vez, intenté no distraerme pero mis ojos decidieron que era imposible detener un pestaneo, un pestaneo imparable… imparable…, no podía detener el pestaneo que se avecinaba en mis ojos, y con el pestaneo él disparaba, él sabría que no estaba tranquilo…, no estaba tranquilo, el pestaneo es imparable..., si dudaba… si cal… ¿Qué p…? ¿Qué pasó? No veo la pistola, no la veo. ¿Disparó? ¿Me pegó el tiro? No veo nada, solo tengo un recuerdo, el recuerdo del caño en mi frente, pero sé que es una imagen pasada, mis labios en el vaso, soy una estatua de piedra impedida de moverme, no lo veo, ahí… ahí escucho el tiro, sé que ya pasó, sé que ya pasó, ya sonó, no es de ahora, cierro los ojos, no..., no cierro los ojos, es el pestaneo, los vuelvo a abrir, los estoy abriendo, no está, no veo a nadie, tardó, se demoró ese instante, ese segundo en donde nos preguntamos si estamos dispuestos a terminar con todo, a cerrar una historia, tardó, mi espalda se afloja y ahí escucho el cuerpo, tarde lo escucho, lo escucho caer contra otras mesas, lo escucho ahora, lo escuché antes, lo sigo escuchando mientras mis ojos se siguen abriendo, qué lento está todo, el aire no me entra, ¿dónde está? Mi cabeza no gira, no gira…mi espalda se afloja, oigo su cuerpo cayendo contra las mesas, mis ojos ya se abren más, veo, veo que no está, la presión en el cuerpo me va a matar, soy de piedra, reviento, me duele, no doy más, ¿me mató? Mi cuerpo va a reventar, la tensión es insoportable, pero él no está, no lo veo, y todo se afloja, despego lentamente mis labios del vaso, lo bajo, hago descender despacio mi vaso que pega más fuerte de lo que quisiera cuando lo apoyo contra la mesa, sí, murió, me aflojo, no pierdo la compostura, pestañeé una vez, no debo volver a hacerlo, bajo la cabeza y en vez de buscar con mis ojos el cuerpo entre las mesas miro hacia el otro lado, miró al tirador, a mi socio escondido detrás del espejo grande, está saliendo, vuelvo a bajar la mirada, vuelvo a levantar el vaso, lo beso, lo beso suavemente, el aroma intenso del whisky me vuelve a activar los ojos, me despierta la sangre, mi cuerpo se afloja, tardó…, tardó… “Casi no contás el cuento, ¿eh?”, me dice mi socio, y vuelvo a besar el vaso, lo beso, y lo empino, y arde mi cogote con el alcohol que lo cruza, y lo bajo. Se demoró. Me paro despacio, sé que tengo que estabilizarme. “¡Pero sos de hielo! ¡Cómo puede ser que hayas estado tan tranquilo mientras el tipo te puso la pistola en la cabeza para volártela!”. Me acomodo el traje, ya está volviendo a entrar el aire. Giro y ahora sí miro el cuerpo en el piso. Miro a mi socio. “Nunca dudé en vos”. Mi socio se ríe, me da una palmada en la espalda y me dice que se le escapó el tiro, que el tipo no iba a tirar, que se le escapó el tiro, y salimos rápido del hotel, pero sin correr.



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