viernes, 6 de septiembre de 2013

Un sábado cualquiera

Lo recordé con su camisa clara, su pantalón beige, suéter en los hombros, peinado para atrás y la sonrisa instantánea y natural ante mi saludo: "¿cómo estás, viejo?".
Yo soltero y él joven. "¡Ah, Marcos! ¿Qué estás haciendo?". Miles de hijos, tal vez por eso no existía la pausa para el saludo y la charla. El sol entraba por la ventana iluminada de un sábado adentrado en algún año de mi confusa adolescencia. Papá llevaba en sus ojos el brillo que la economía y su cuerpo le fueron opacando año tras año. Aromas de la primavera mezclados con las milanesas de ayer recalentándose en la cocina, el sonido de su llavero gigante, sus mocasines, su sonrisa contagiosa, su minuto de atención en mis manos. "Mamá está en la cocina". No dolía en ese sábado cualquiera no tener ningún tema que a mi edad lo pudiera retener más que ese momento, el solo hecho de poder colaborar en su probable búsqueda de mi madre era una manera de sentirnos ahí, iluminados de vida, tibios de bienestar. Al rato, tal vez a la hora, segundos en mi recuerdo, el viejo dibujando en el comedor. Trabajando. Sobre la gran mesa un calco, un papel, un plano, su lápiz grueso, un escalímetro, su goma ennegrecida, otro papel, una cajita y el grabador JVC stereo. Lo miro a través de la puerta doble del living. Dibuja. Las ventanas le pintan de sol las espaldas y los papeles. Y una canción. Una entre las que siempre escuchaba. Una que apenas escuché hoy me trajo este sábado cualquiera a la memoria.






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