Tardes de Tandil

Solo me venía a la mente el par de piernas desnudas. Solo eso. Las piernas moviéndose de arriba a abajo enredándose con las mías. Solo eso. Después le di rienda suelta a ese pensamiento y apareció la ventana de mi cuarto, abierta de par en par, las cortinas de liencillo crudo bailando suaves a los costados, el árbol que cubría la mitad del paisaje, y el cielo azul, algún cable cruzando, y el aroma...


Sin que haga calor, el aire era denso, suave, denso en aromas, en fragancias que entraban como pesadas gotas espesas, como una pasta invisible que lo iba invadiendo todo. Luego llegaba otra diferente, y otra... Sus piernas desnudas se frotaban contra las mías y yo amaba esas piernas. Su cadera estaba vestida con un coulotte celeste con gruesos puntos blancos. Sus piernas seguían frotándose en las mías. Su cintura delgada, sus pechos pequeños, desnudos... me fascinaban esos pechos... sus brazos, ahora empiezo a ver los brazos que se movían, y sus manos que me tocaban. Sus manos, esas manitos que sabían por donde ir, por donde bajar, cómo tocarme... y su cara, su sonrisa, su pelo... Su pelo desparramado en el colchón, repartido en estrella como rayos de un dibujo del sol.

Sus manos tocaban mi cuerpo que ahora veo desnudo. Sintiendo el frotar de sus piernas, el acariciar de sus manos... el aire tibio, la luz clara de la tarde, tanta soledad, y el tiempo. Siempre el tiempo, ahí, mirándonos, sin apuro, sin ansiedades.

No fue hace tanto... bueno, sí, ya serán dos años. Dos años y algo..., tres... ¡Cómo extraño el cariño, la caricia querida, la rutina del amor...! Cómo extraño estar enamorado.